Carlos Rodríguez Braun dice que el Estado no fue desmantelado tras la caída del Muro de Berlín, como sostienen muchos en medios de amplia difusión.
Un artículo en el diario El País decía lo siguiente: “Un nuevo actor, el Estado, ha irrumpido con fuerza, cargado de programas de subsidios multimillonarios, para enviar al baúl de los recuerdos la máxima capitalista del laissez-faire”.
Pero el Estado ni es nuevo ni ha irrumpido. De hecho, está allí desde hace mucho, y ha alcanzado en nuestro tiempo dimensiones históricas. Sólo el desconcierto de la izquierda tras la caída del Muro de Berlín puede explicar la fantasía que empezó a agitar desde entonces, a saber, que estamos en un grave peligro porque el Estado ha sido desmantelado, y nos ha abandonado en la intemperie del mercado y en la lucha hobbesiana e insolidaria de todos contra todos.
En El País podrían sugerir a periodistas y columnistas que echen alguna vez un vistazo a las cifras, o que charlen cinco minutos con cualquier contribuyente. Si algún día lo hacen, podrán verificar, asombrados, que eso del Estado desaparecido es un fabuloso camelo.
La “máxima capitalista del laissez-faire” es otra confusión porque los capitalistas han intentado siempre quebrantarla en su favor, estableciendo alianzas proteccionistas con el poder, que ya denunció Adam Smith en el siglo XVIII. Dichas componendas han seguido siendo objeto de análisis por parte de los economistas liberales hasta nuestro tiempo.
Nada de la evidencia empírica ni los avances teóricos está recogido en El País, que se limita a celebrar, una vez más, que el liberalismo, una vez más, haya sido enterrado en el “baúl de los recuerdos”. Inasequible al desaliento en mi vocación de servicio al público, planteo dos recomendaciones a la prensa progresista para que sea progresista, y le anticipo que si sigue por el camino que marca el artículo de marras, se volverá aún más reaccionaria.
La primera es que tenga en cuenta las aportaciones de la economía institucional, en particular la interacción entre la política y los grupos de presión.
Y la segunda, es que atienda al trabajador y el consumidor, que son siempre las víctimas de esos enjuagues, con la complicidad de los medios que compran los discursos proteccionistas y se llenan la boca con luchas comerciales, bloques enfrentados, empresas y gobiernos nacionalistas. Y al final se dice, tranquilamente, como si fuera incuestionable: “La pandemia mostró que es mejor fabricar más chips en casa, aunque sean caros”.